Buzón Ciudadano

El «desarrollo sostenible» de Zaragoza y la concienciación de sus ciudadanos

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Earth Day - Día de la TierraEl pasado viernes, como todos los 22 de abril desde 1970, celebramos el Día Internacional de la Madre Tierra que, organizado por la Earth Day Network, tiene la misión de ampliar y diversificar el movimiento ambiental en todo el mundo y movilizarlo eficazmente para construir un medio ambiente saludable y sostenible, hacer frente al cambio climático, y proteger la Tierra para las generaciones futuras.

Una jornada que, este año 2016, se ha realizado bajo el tema “Los árboles para la Tierra”, en el que no ha participado nuestra ciudad, y que ha coincidido con la ceremonia del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, firmado por 174 países que se han comprometido a trabajar para limitar el aumento de la temperatura global por debajo de los 2 grados centígrados.

Y un año, también, en el que Zaragoza pretendía, sin éxito, obtener el premio de “Capital Verde Europea”; galardón que, a diferencia de los servicios municipales, sí merecerían los zaragozanos, muy concienciados con la delicada situación que atraviesa nuestro planeta, tal y como demuestran las diversas actividades de conservación y mejora de nuestras zonas verdes.

Unas acciones como, por ejemplo, la realizada esta semana pasada, y desde hace cinco años, por diversas asociaciones en el céntrico Parque Bruil, mediante una jornada de plantación de árboles, acompañada de actos de animación infantil y familiares, con el objetivo principal de concienciar a vecinos y usuarios sobre la importancia del arbolado y el medio natural urbano, consiguiendo la repoblación de 100 nuevos ejemplares, los mismos que se han perdido en el último lustro.

Acacia Tres Espinas (Parque Bruil)Un parque que, hace tan sólo tres décadas, estaba preservado por 925 ejemplares de árboles y que, durante este tiempo, ha perdido más de la mitad (553), con una negativa media anual de 19, entre los que podíamos encontrar ciruelos dátiles, espireas, forsitias, mundillos, nogales negros, sauces dafnoides, secuoias e, incluso, una acacia de tres espinas que fue declarada “árbol singular de la ciudad” en 2006, dentro de un catálogo en el que colaboraron muchas personas, de manera altruista, con la ilusión de que el Ayuntamiento los iba a proteger pero, sin embargo, los años han pasado y ninguno de los árboles catalogados han tenido un Plan Especial de Protección, como sí ocurre en otras ciudades europeas, incumpliendo promesas y la ordenanza municipal de protección del arbolado urbano (conservación, mantenimiento, etc.).

Y es que apostar por los espacios verdes es la manera ideal de optimizar nuestra sostenibilidad y calidad de vida, pues los árboles son nuestro mejor aliado para luchar contra el denominado “efecto isla del calor”, tan conocido en los núcleos urbanos, que se produce debido a la absorción de la radiación solar por los edificios, los materiales de edificación, los pavimentos, los miles de coches circulando por nuestra ciudad y los consumos eléctricos, que puede suponer un aumento de temperatura en la ciudad, respecto al medio rural, de entre 6 y 8 grados.

Evidentemente, la sombra que nos proporcionan los árboles evita esa absorción de la radiación solar y absorben el dióxido de carbono (CO²), dado que estos elaboran su alimento a partir de este gas disuelto en la atmósfera, de la luz solar, del agua y de partículas minerales disueltas en el suelo y, en este proceso, desprenden oxígeno a la atmósfera, purificando nuestro aire.

Así, imaginando una ciudad –como Madrid–, con más de 6.000 hectáreas de parques y zonas verdes, sus 2 millones de árboles absorberían del orden de 20.000 toneladas de dióxido de carbono (CO²) cada año, que dejarían de emitirse a la atmósfera y, de esta manera, mitigarían el temido calentamiento global, además de jugar un papel fundamental en la conservación de la biodiversidad, donde suele haber decenas de especies de aves, que los utilizan para alimentarse o encontrar refugios.

Por el contrario, nuestra urbe tiene un dañino historial en la conservación de nuestros árboles –unos 200.000 actualmente–, independientemente del color político por el que esté gobernada, tanto por falta de conservación como por una destrucción en la que, en la mayoría de los casos, prevalecen los intereses urbanísticos y arquitectónicos, antes que los de carácter medioambiental.

Eduardo Ibarra (Zaragoza)Son muchos los ejemplos que podemos encontrar, en estos últimos quince años, como la dejadez en el mantenimiento de los árboles de la calle San Blas (2002), teniendo que ser los vecinos quienes los regaran y adecuaran; la tala de 40 árboles (2003) en un solar, propiedad de la Diputación Provincial, entre la calle Doctor Fleming y el paseo María Agustín; la eliminación de pinos con más de 50 años de antigüedad en la Clínica San Juan de Dios (2003) o plataneros de más de 150 años en San Juan de Mozarrifar (2003); la desaparición de álamos, chopos, lombardos y fresnos en Garrapinillos, debido a las obras de la plataforma logística Pla-Za (2003); la pérdida de históricos árboles, como los de la plaza Santa Engracia o la plaza del Pilar (2003); la arboleda talada en el interior del Hospital Provincial (2006); el arboricidio de más de 100 ejemplares de plataneros y aliantos en la calle Eduardo Ibarra para construir el aparcamiento subterráneo (2006); al igual que por otras grandes obras, como la remodelación del parque Macanaz, la instalación del tranvía en todo el eje norte-sur, o las recientes obras para la creación del aparcamiento de la calle Moret; y un largo etcétera.

Unas prácticas que, trasladadas a simples números, aportan una visión preocupante para los zaragozanos, perdiendo alrededor de 2.000 a 3.500 árboles al año, con una replantación a un ritmo mucho menor: 1.050. Una media que, este 2016, parece que se mantendrá, dado que ya han sido retirados más de 600 entre los meses de enero a abril.

Zaragoza, como otras grandes ciudades, tiene que pensar y trabajar sin demora en el diseño y conservación de nuestras zonas verdes, pensando en el ocio saludable de los ciudadanos que, al fin y al cabo, significa mejorar la calidad de vida y, sobre todo, en un futuro con un desarrollo sostenible a largo plazo, protegiendo la Tierra y dejándola mejor de como nos la encontramos.

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